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La financiarización como enfermedad autoinmune

En el cotidiano podemos pasar un día o dos sin filosofar respecto a la sangre o el sistema circulatorio pero ante alguna pequeña disrupción es que se nos hace presente. Salimos a correr habiendo comido recientemente y sabemos que estamos en el medio del proceso digestivo, donde el cuerpo trabaja y el estómago demanda sangre. Puede ser que al estar arreglando un mueble de madera nos cortemos y veamos la sangre que sale de algún dedo índice junto con la molestía correspondiente: sabemos que no es una herida grave pero es sumamente molesta. La oxigenación del cuerpo entero depende de la sangre que se conjuga en la distribución de los recursos necesarios para nuestra vida. No significa todo ésto que podamos vivir sin un estómago o sin los pulmones, el hecho de destacar la sangre es por su tendencia a dar continuidad al funcionamiento. 

Bien sabemos que el corazón “bombea” la sangre para darle circulación y que también tenemos riñones que se encargan de dar saneamiento a las impurezas. Dentro del sistema cerrado de la persona y su cuerpo es que esas impurezas van hacia la vejiga y luego son desechadas. Es decir, el “ciclo” (abierto) se completa con el desecho de lo “improductivo” o “contraproducente” para con el organismo.

Lo que a lo largo y ancho del sistema económico contamina los procesos es la sangre misma del sistema: nada más ni nada menos que el sistema financiero. A través del financiamiento es que se agilizan procesos, se esperan resultados, se demandan retribuciones por lo que “debió haber sido” y demás. Desde Friedman y los chicago boys, pasando por la ley de entidades financieras (en Argentina), la zombificación de las corporaciones Japonesas, el boom de los commodities y la crisis de las subprime (2007-2008) cada uno de esos elementos refiere a la consolidación del sistema financiero como la sangre que motoriza el aliento vital a la acción material y progreso de la sociedad.

Al volverse el elemento esencial del sistema económico ha tomado, el financiamiento, la relación de la sangre del cuerpo mismo donde su falla puede ser tan grande como para casi destruir el cuerpo pero nunca se habrá de negar su función elemental y suprema sobre el sujeto entero. Ese cuerpo puede sufrir dos problemas esenciales: uno de ellos es el mal funcionamiento o incapacidad de los riñones para con la “limpieza” de la sangre (siendo los riñones los reguladores del sistema a nivel nacional e internacional, los gobiernos y organismos de control). Por otra parte cabe la posibilidad de que haya una enfermedad autoinmune, cáncer-leucemia, y la sangre misma sea un elemento que debe ser atacado en shock por medio de quimioterapia (un proceso que degrada el cuerpo entero, es decir, el cuerpo sufre el mismo ataque en forma completa y la persona pierde su vitalidad en la apuesta de que el proceso “dañe más a la enfermedad que al huésped”, donde uno y otro son en verdad indivisibles).

El lema del “too big to fail” (muy grande para fallar) es que la sociedad es rehén del sistema que fuere (especialmente financiero-bancario) a efectos de forzar el rescate por medio de los gobiernos nacionales y organismos internacionales a partir de la transferencia de las pérdidas a las poblaciones y sus ciudadanos. “Las ganancias se privatizan y las deudas se socializan”. La relación del rescate parte de que si los bancos son liberados a “caer”, sus pérdidas habrán de generar un efecto dominó en el colapso de todo el sistema organizativo, llevándose consigo millones de empleos, caos, “cheques voladores”, cesación de pagos, default, etc. Se interpone así un grave problema que desde muchos sectores, sobre todo las izquierdas, es que se dice que los trabajadores terminan pagando los platos rotos. Si bien es completamente cierto es que la integración financiera, los bancos y sociedades, han cooptado el sistema circulatorio y lo han contaminado al punto en que cada ciudadano vive en dependencia del mismo. En cierto punto es que acabar con el problema erradicando la “sangre” del cuerpo es lo mismo que condenar al cuerpo entero a la muerte.

Cada tanto ocurre entonces que los riñones “despiertan” (los gobiernos y entidades reguladoras), solo para darse cuenta que ya ha pasado la hora de actuar preventivamente, y deben filtrar y bombear los desechos de la sangre hacia algún lado. La vejiga (las masas de ciudadanos)  se ve influida por un shock de finanzas contaminadas que debe absorber y ajustarse. Todo es muy rápido como para poder contenerlo y se crea la necesidad de las poblaciones para que pongan “el hombro”, sufran un poco más, que no se quejen y que se comprometan a sacar el país adelante trabajando sin chistar pero acarreando la contaminación financiera en sus hombros.

En algún aspecto es curioso y válido que al estar tan integrados hay épocas de bonanza, como en la Argentina de los 90’, la burbuja inmobiliaria de E.E.U.U. o los años previos a la crisis griega, en donde la población puede en verdad disfrutar holgadamente de la mentira del progreso apalancados en la narrativa del sistema financiero. La expectativa de que el mañana siempre traerá más y más progreso es la esperanza que sostiene el día a día de la actividad. Es un simple idealismo de que mañana todo valdrá más y la población desea que así sea. 

A todo ésto es el cinismo social lo que prevalece. En los 90’ en Argentina, la bonanza del 1 a 1 era una mentira que todos conocían. La paridad era ficticia pero conveniente para vivir “en el ahora”. He aquí la mecánica cínica-realista en la cual el individuo indica que sabe que “es todo una mentira, pero…” y hay que aprovechar “lo que dure”. “No creo pero me conviene hacer como si creyera”, de tal forma se sostiene la farsa social en la cual se habrá de pagar a futuro pero siendo que eso “no existe en el hoy” veremos cuando eso suceda. Cuándo tal cosa ocurre es que debe mantener la farsa también, las personas se asombran (quizás algunos hayan en verdad “creído” con honestidad) mientras que los cínicos saben que se acabó “la joda” aún cuando deben mantener la compostura y no pisarse entre fantasmas.

He así como una generación condena a la siguiente a responder por una deuda heredada (he aquí la “evacuación” de los desechos del cuerpo, un pasaje trans-generacional, hijos pagando por los pecados de los padres). Lo que “deuda” implica en éste caso es la responsabilidad por la farsa y festejo anterior, salvaguardando la fachada de los que creyeron (sumamente naive) y los que no creen pero hacen como sí creyeran (lo cínicos del “disfrutemos ahora y tiremos el problema para más adelante”). Así que no debería sorprendernos tanto cuando hablamos de que los bancos y las financieras son la sangre contaminada que es necesaria y contraproducente sin señalar la connivencia de una población sin integridad, naïve y/o cínica. 

La posibilidad de una complicidad, en la pasividad misma, de las masas y la población entera para con el sistema financiero es impensado para las izquierdas. Por otra parte, la idea de que en su conveniencia refieran al laissez-faire de la política económica liberal es un escudo que se solidifica con la imposibilidad de hacerle frente a la sangre del sistema. Aquí el problema tiene su grado de complejidad. ¿Cómo es posible acabar con una enfermedad en la sangre que es a la vez tan necesaria? Aquí solo nos queda citar los ejemplos de los fracasos: los indignados de España, el “que se vayan todos” en Argentina o Occupy Wall Street en E.E.U.U. cada uno repudiando el accionar de gobiernos y bancos enfrentados con la sanidad del cuerpo-nación (En la misma línea se puede nombrar el “drain the swamp” de Trump o el “terminar con la casta” de Milei).

Cada uno de esos ejemplos fueron acciones fútiles al final del día porque el problema es la enfermedad pero su relación con el cuerpo es indivisible: la sangre contaminada es aún sangre y necesaria. Sea por medio de diálisis o quimioterapia se dan simplemente purgas en el tiempo que deben ser recurrentes pero a la vez consumen energía del cuerpo mismo. 

Lo más interesante de todo ésto es el intento de ciertos cuerpos, como ocurrió con la crisis en Grecia, que son utilizados para sanear la deficiencia de otros, como fue el sistema bancario en Europa (aquí recomiendo ver el documental de Yanis Varoufakis llamado “In the eye of the storm: the political odyssey of Yanis Varoufakis” - 2024). En resumidas cuentas el problema es tanto de los deudores irresponsables como de los acreedores irresponsables. Si un banco presta de manera irresponsable ¿Por que debe ser tenido en cuenta su reclamo? La purga enfocada en determinadas naciones solo sirve para canalizar los recursos, de forma circular, hacia los bancos (sean europeos o de Norteamérica; la demanda de que el sistema financiero-bancario no debe cargar con la responsabilidad de sus préstamos y comisiones irresponsables).

Más allá de los intentos de ciertos órganos, como el de los bancos europeos o Wall Street, por mostrarse impolutos y que la deficiencia es siempre en el “tercer mundo” o el “gobierno corruptos”, es que se da la problemática de que sabemos que estamos en contra de esa contaminación de la sangre pero no sabemos como solucionarlo. La tragedia económica refiere a la enfermedad autoinmune donde ataca al cuerpo mismo y hasta hoy no tenemos solución certera. “Muerto el perro se acabó la rabia”, quizás. Pero la deuda nunca muere y se transfiere generacionalmente, he allí la integración del problema del tiempo y el sistema financiero. Mientras se pueda, la purga se empuja hacia adelante, negando las falencias del presente, para que exploten las deficiencias del hoy en un futuro que pertenece a otra generación. 

Nos falta imaginar un mundo donde podamos transformar el ataque del problema. He aquí donde han fallado las demandas sociales antes mencionadas, porque no existe la capacidad técnica y la esperanza necesaria para trabajar en el desarme del problema y la reconstrucción. Por ello me refiero a ésta analogía, el cáncer, la leucemia o la destrucción de los riñones. Es fácil comprender que “existe un problema” pero nos faltan (al momento) dos elementos cruciales que deben conjugarse para transformar la realidad. Por un lado la capacidad técnica para confrontar el problema y por otro la voluntad-esperanza que motorice esa transformación.



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